viernes, 31 de mayo de 2013

EDUCACIÓN LAICA EN MÉXICO

 
 
 

La CEM y la educación laica

Carlos Ornelas
El concepto de educación laica ingresó a la Constitución en 1917, desapareció en 1934 y regresó con las reformas de 1992 y 1993. El asunto medular se expresa en el artículo 3º: “… dicha educación será laica y, por lo tanto se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”. 15/05/2013 03:20
La CEM y la educación laica
El 8 de mayo, la Conferencia del Episcopado Mexicano organizó mesas de diálogo para discutir sobre la educación y la laicidad. El acto fue en el Museo Soumaya de Polanco, en el marco de lo que el Vaticano denomina “Atrio de los gentiles”. Por la mañana se discutió el nuevo libro de la CEM, Educar para una nueva sociedad: reflexiones y orientaciones sobre la educación en México; por la tarde el tema fue “Laicidad y trascendencia”. Fui convidado a participar en una de las mesas.
En algún momento de la presentación de la primera mesa vespertina, se comentó que el diálogo era entre creyentes y no creyentes; distinción que no vi reflejada en los debates, que sí los hubo. En todas las mesas estuvo presente el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura.
La mesa en que me tocó participar se denominó “Laicidad y trascendencia en el contexto mexicano”. Pienso que fui la voz discordante y, tras destacar las diferencias conceptuales entre laicismo y laicidad, me fui al grano y en diez minutos desplegué mi mensaje.
Con base en textos de Norberto Bobbio y otros autores, destaqué que el laicismo contiene una carga ideológica, como otros “ismos” (liberalismo y socialismo, por ejemplo), mientras que laicidad denota al Estado secular y regula la vida política. La laicidad, en forma resumida, “es la búsqueda sistemática y permanente de la autonomía de pensamiento. Actitud que se opone al modelo cimentado en dogmas o doctrinas que tienden a imponer a priori un cierto punto de vista y un juicio moral sobre asuntos del mundo”. Este es un concepto incluyente que descarta la concepción “jacobina” y la ideología antirreligiosa y antieclesial del laicismo.
En el análisis del caso de México, mencioné el papel de la Iglesia católica en la historia y la rebelión de los liberales que, con las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857, quitaron a la Iglesia el monopolio sobre la moral y la conciencia de los mexicanos. Además, proclamaron la educación libre, el registro civil, la libertad de imprenta, así como supresión de los votos religiosos y del fuero de la Iglesia, la desamortización de los bienes eclesiásticos (y también de los comunales), y facultaron al poder federal para intervenir en asuntos de culto y disciplina externa de la Iglesia. Se estableció un Estado secular.
Narré que el concepto de educación laica ingresó a la Constitución en 1917, desapareció en 1934 y regresó con las reformas de 1992 y 1993. El asunto medular se expresa en el artículo 3º: “… dicha educación será laica y, por lo tanto se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”. Estoy convencido del valor cívico de este texto, de que la separación de la Iglesia y el Estado fue un acierto para México y que, sin embargo, la Iglesia siempre ha tratado de regresar por ciertos (no todos) privilegios de antaño. Uno de ellos, que se enseñe religión en las escuelas públicas. Argüí en contra de esa pretensión.
Rematé mi intervención citando a Jesús Reyes Heroles, cuando era secretario de Educación Pública. En respuesta a preguntas del diputado de Acción Nacional, José González Torres, en una comparecencia ante la Cámara de Diputados, el secretario respondió: “… enseñar en la escuela oficial todas las religiones, sabiendo que pronto ese proceso va a conducir a la concentración en una sola religión y a volver a los viejos conflictos del siglo pasado... Yo pienso que el laicismo es barrera, valladar de defensa de la libertad de conciencia… no hay que confundir al laboratorio con el oratorio”.
Dado el público asistente, mi intervención no despertó aplausos (tampoco los esperaba), pero sí provocó debate. El cardenal Ravasi y los otros panelistas, cuando se refirieron al asunto que traté, lo hicieron con respeto y hasta deferencia. Al final del acto, quienes me invitaron a participar en el “Atrio de los gentiles” me felicitaron por lo que expresé. Parece que es lo que la Conferencia del Episcopado Mexicano busca, que se debatan sus posturas, aunque discordes de ellas.
Acepté participar en ese Atrio (y agradecí la invitación) no con el fin de hacerle el juego a la Iglesia en sus demandas, sino para ratificar a la CEM que entre la sociedad mexicana la educación laica es un concepto vivo, con raigambre histórica y que tiene muchos defensores.
                *Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana

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